¿Para Quién Escribo?

Es una pregunta sencilla, que no me hago al escribir. Tampoco el músico que compone su pieza aunque quede siempre con la sensación de obra inconclusa. No lo hace el pintor que plasma en el lienzo el reflejo de sus fantasías ante la duda de la honestidad de los colores. Tampoco lo hace el escultor que juega con barro o tortura piedra para evidenciar lo que ha estado escondido en esa materia prima.

“No me gusta como escribes. Reconozco que tienes un estilo muy tuyo y […] eso suele o debe ser bueno, supongo. Pero es que a veces no te entiendo. Usas palabras muy rebuscadas. Tu crees que se ven bien y sí, bueno, es como elegante, pero me cuesta seguir. Si escribes así ¿quién te va a leer?”

“Debes recortar las oraciones en fragmentos sencillos. De esta manera se consigue la atención del lector. El lector no debe esforzarse en interpretar lo que tu le quieres decir. Si no se entiende es porque no estás escribiendo bien.”

¿Debe ser sencilla el arte?, ¿Es arte verdadera la sencillez?, ¿Si la entrega es sencilla no es arte?

Estas preguntas me las hago constantemente. Y si bien el arte puede ser sencillo, con lo cual me respondo las dos primeras; queda todavía en duda cuál es la extensión que dignifica al arte.

Puedo elegir no hacer arte, escribir sencillo. Que lo comprenda un lector que ha dejado los pañales. Con la complejidad a la altura de un consumidor de reggaetón. De un haragán acostado al ocaso mientras destruye sus sueños en el infinito scroll de estupideces adictivas. La única diferencia será que la autocomplacencia tomará unas dos semanas y no un par de segundos. Abulismo paralizante crónico de las sociedades de siempre. Literatura descartable, que el individuo enajenado esperará verla resumida en la galería anestésica de los medios digitales.

Al contrario puedo escribir un ensayo que se crea tratado. “Pincelante” de ingenio, prosaico y exuberante. Con suerte alguien llegará al último párrafo. Quien lo refute lo enaltece. Quién lo replique lo consagrará. Tal vez se hagan tertulias filosóficas de café sobre el significado de sus frases; y en el debate se utilicen argumentos “nietzscheanos” para denigrarlo y “camuseanos” para avalarlo. O al revés, qué sé yo? Pero nada de esto lo hará arte. (Por cierto, he rebuscado el sentido antes de inventarme estos términos. Bah, son solo una suerte de gentilicios.)

En todo caso, es por allí, por la mitad de toda esta necedad que he osado escribir donde dubitativamente encuentro la respuesta a la última pregunta. Quiero que el lector se moleste a la primera, regrese y sonría a la segunda y asienta si es que llega a una tercera. Que me entienda a su manera, lo importante es el fondo y el aderezo está en los detalles. Presentados estos con metáforas, ojalá ocurrentes. Con un poco de suerte entregaré frases memorables. Que las use el lector sin citarme cuando las necesite. No hace falta el reconocimiento. Seré feliz si las escucho en un discurso o las leo en libros; grabados y editados antes de mi nacimiento. No me pregunto para quién escribo, pero advierto la necesidad de una respuesta. Del lector por supuesto, no la mía.


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